La historia de CMI Argentina

¿Cómo expresar la historia de nuestra iglesia sin recordar la guía perfecta de nuestro Señor y su protección sin igual? Él ha conducido todo nuestro camino con su mano tierna y su maravilloso poder. Él ha acompañado con su presencia cada uno de los pasos que hemos dado.

Fue así como cinco familias de misioneros coreanos llegaron a Argentina el 21 de enero de 1984. Su propósito era establecer una iglesia orientada a la predicación a los universitarios.

Al principio, no existía un espacio físico exclusivamente dedicado como iglesia. Se reunían en la humilde y estrecha casa donde vivían las cinco familias para hacer cultos y orar. Durante un año, el mensaje del culto dominical era preparado por uno de los misioneros en coreano ya que habían inmigrado sin conocimientos suficientes del idioma castellano. Por tal motivo, la evangelización les resultaba sumamente costosa. Cada día, luego de trabajar, se reunían para estudiar español y orar para que algún día pudiesen alcanzar siquiera a un alma con la salvación de Jesús.

La diferencia cultural era también un gran obstáculo a vencer. Por aquel entonces, en un mundo que recién comenzaba a dar sus primeros pasos en materia de globalización, no era frecuente encontrar una persona con rasgos orientales en la sociedad argentina. Existía un enorme orgullo racial que despreciaba todo lo que proviniese del extranjero. Las costumbres, la comida, la forma de vestir, etc. eran muy distintas a las que habían estado acostumbrados los misioneros coreanos.

Por su parte, más del 90% de los argentinos profesaba la fe cristiana católica y se consideraba secta a cualquier otro movimiento religioso. En particular, la mirada hacia la iglesia evangélica estaba llena de prejuicios y rechazos por su mala fama. Todos estos obstáculos, hicieron que por varios años no hubiera participantes fieles en la iglesia. Si bien los misioneros llegaron a reunir el dinero para alquilar un espacio físico en Capital Federal y, más tarde, adquirieron un edificio antiguo, no había hermanos fieles que asistieran con regularidad. Por aquel entonces, el espíritu fatalista había llenado el corazón de los misioneros que se planteaban los paupérrimos resultados de entregar sus energías, juventud y vidas a una misión sin frutos. Pero Dios les dio una promesa en base a la palabra de Génesis:

“Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia” (Gn 15:5).

En base a esta promesa, los misioneros recobraron fuerzas y perseveraron en el ministerio con la mirada puesta en la descendencia espiritual prometida. Al poco tiempo, Dios comenzó a enviar hermanos que se convirtieron en antepasados de fe en la obra de Buenos Aires. Así fueron siendo establecidos líderes y colaboradores que acompañaban a los misioneros en la obra, predicando y compartiendo el evangelio.

Animados por la obra de los primeros misioneros, más tarde, llegaron más misioneros para enriquecer la iglesia y el ministerio se extendió hacia el interior del país. Hoy contamos con dos iglesias en Córdoba Capital, una obra en San Justo y una obra en Santa Fe además de la iglesia en Capital Federal.

Actualmente, en Buenos Aires participan unos 200 miembros distribuidos en 13 grupos celulares con líderes formados en la iglesia. Asimismo, existen 11 diáconos concentrados en el servicio de la iglesia divididos en diferentes departamentos en los que los hermanos que lo deseen pueden participar y colaborar conforme a sus dones. Asimismo, en la iglesia funciona una escuela dominical para los niños con tres niveles de enseñanza, conducidos por maestros formados también entre los hermanos.

Jesús dijo:

“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn 12:24).

¡Gloria a Dios que, por su inmensa fidelidad y su incontenible amor, ha ido cumpliendo sus promesas! Hoy el Señor hace brillar las estrellas en lo que alguna vez pareció una noche oscura y estéril. Hoy, aquella semilla que cayó en la tierra, ha comenzado a crecer y a dar frutos para la gloria del Señor.

Dios permita que la obra en la tierra que fue sembrada con lágrimas, continúe dando frutos que llenen de regocijo y esperanza, para su gloria. Dios conceda que el evangelio de la salvación de nuestro Señor Jesús siga extendiéndose en nuestra tierra en el poder del Espíritu Santo y nos use como bendición para llevar este evangelio más allá de nuestras fronteras, hacia todas las naciones.

Los misioneros

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