El camino de Gloria -Mensaje dominical 29/8/21

agosto 29th, 2021 Posted by Mensaje Dominical 0 thoughts on “El camino de Gloria -Mensaje dominical 29/8/21”

El camino de Gloria

Lucas 18:31-34                                                                                                               V.C. 18:31

 

“Tomando Jesús a los doce, les dijo: He aquí subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre”

 

Desde hace tiempo, la práctica del trekking o senderismo se ha vuelto muy popular, particularmente, entre los turistas con espíritu aventurero. Esta práctica consiste en realizar largas caminatas en medio de la naturaleza por zonas poco exploradas o frecuentadas por otros visitantes. De esta forma, atravesando senderos naturales rodeados de árboles, montañas, ríos, lagunas, es posible apreciar la hermosura de la creación no como un simple espectador sino volviéndose parte de ella. Se dice que la capital nacional del trekking es la ciudad de El Chaltén en la provincia de Santa Cruz. Cada año, miles de peregrinos recorren sus rutas a pie, transitando caminos montañosos entre bosques, glaciares y lagunas hasta llegar a esa hermosa ciudad. Por más que el viaje haya sido extenuante, no hay nada más reconfortante para los viajeros que llegar a ver a lo lejos su destino. Luego de varias horas de marcha, lo agotador del recorrido se desvanece ante el maravilloso panorama con el que te envuelve el paisaje. De este modo, muchos podrían considerar a este trayecto a pie, un verdadero camino de gloria.

 

Si nos situásemos en los tiempos de Jesús, podríamos decir que era muy habitual e inevitablemente necesario para la gente entrenarse en la práctica del trekking. Ya que se movilizaban de un lado al otro de su territorio a pie, recorriendo extensas distancias. Según lo que hemos visto en las últimas semanas, Jesús había emprendido un peregrinaje desde Galilea hacia Jerusalén. Este viaje sería la última experiencia de senderismo para el Señor. Marchaba hacia la capital de la nación pero no por motivos turísticos. Si bien atravesaba por bellos parajes inolvidables, su propósito no era disfrutar de una fresca aventura al aire libre sino que se dirigía a consumar esa precisa misión por la que había venido a este mundo. Al llegar a su destino, debería hacer frente a las más diversas vivencias y sensaciones que pasaban desde la aclamación al desprecio de las multitudes o del fervor a la traición de quienes amó. Lo esperaba el martirio y el sufrimiento. Lo esperaba el abandono, la cruz y la muerte. Y, por más que muchos no pudiesen comprenderlo, este era para Jesús, el verdadero camino de gloria. Porque su historia no concluiría en un sepulcro con una nostálgica placa en el frente.

 

Nuestro Señor hoy nos invita a recorrer este camino junto a él. Dicen que sin cruz no hay corona. Y de esto nadie podría dar testimonio mejor que Jesús. Así que, reconociendo su sacrificio de amor por nosotros, de forma voluntaria e incondicional, sigamos sus huellas y ejemplo. Frente a las dificultades que podamos enfrentar en el proceso, recordemos lo que nuestro Señor hizo por nosotros. Consideremos que, del mismo modo que él recibió el mayor reconocimiento por su entrega absoluta, al llegar a nuestro destino frente a nuestro Padre celestial, nos regocijaremos por haber transitado, al igual que Jesús, el camino de gloria.

 

  1. Jesús anuncia su muerte y resurrección (31-34)

La semana pasada vimos cómo un joven rico se había acercado a Jesús para preguntarle qué debía hacer para heredar la vida eterna. A este muchacho, el Señor le dio la dirección de vender todo lo que tenía y darlo a los pobres dejando su vida vieja atrás y luego, venir y seguirle. De esta manera, quiso ayudarlo a reconocer su incapacidad para obedecer la Ley y su insensibilidad espiritual ante la realidad de su ser pecador. Jesús quería que él experimentase un arrepentimiento sincero para recibir la salvación que buscaba. Pero al escuchar al Señor, el joven se puso muy triste por no poder cumplir su demanda y volvió apenado a su casa. Entonces, Jesús les dijo a sus discípulos: “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!” (Lc 18:24). Inmediatamente después, ante esta situación, en representación de los Doce, Pedro trajo a cuenta que ellos habían cumplido con aquel requerimiento que el Señor le había solicitado al joven rico. Con noble sacrificio, los discípulos habían abandonado todo lo que tenían por seguirlo. De este modo, tal vez, esperaban el reconocimiento de su Maestro. Por eso, escuchando sus palabras, Jesús les prometió que ninguno que hubiese dejado casa, padres, hermanos, mujer o hijos por el reino de Dios, quedaría sin recompensa. Recibiría abundancia en esta tierra y en el futuro lo aguardaba la vida eterna.

 

Pero los dichos del Señor no concluyeron aquí. Seguidamente, les reveló a sus discípulos cuál sería su propio sacrificio. Él no dejaría atrás únicamente afectos o bienes terrenales. Él dejaría su propia vida, renunciando a todo derecho y privilegio celestial, por amor a nosotros. De esta manera, el Señor declaró que su entrega sería inmensamente mayor a la que cualquiera de sus seguidores pudiera hacer jamás. Y, tal como sucederá con aquellos que lo abandonen todo por el reino de Dios, el Señor Jesús tampoco quedaría sin recompensa.

 

Lucas relata: “Tomando Jesús a los doce, les dijo: He aquí subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre. Pues será entregado a los gentiles, y será escarnecido, y afrentado, y escupido. Y después que le hayan azotado, le matarán; mas al tercer día resucitará” (Lc 18:31-34). Jesús no quería que sus discípulos ignorasen cuál era su propósito al venir a esta tierra. Tampoco quería que ellos se viesen completamente sorprendidos por lo que le iba a suceder. Por eso, a lo largo de su ministerio, de forma continua y gradual, fue preparándolos para lo que vendría. Esta era ya la tercera vez que Jesús les refería a sus discípulos sobre la necesidad de su martirio en Jerusalén de forma directa y no alegórica. Su padecimiento y sacrificio tomando el lugar del hombre pecador era el núcleo de su ministerio. Por so, él les había señalado la primera vez: “Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día” (Lc 9:22). Más tarde, les había dicho: “Haced que os penetren bien en los oídos estas palabras; porque acontecerá que el Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres” (Lc 9:44). En su segundo anuncio, el Señor fue más enfático para preparar a sus discípulos y guiarlos a estar alertas ante lo que iba a ocurrir. Ahora también, Jesús les estaba anunciando a sus seguidores qué sería aquello que le esperaba en Jerusalén. Pero, siendo ésta la última vez que lo mencionaría, describió los hechos más vívidamente y con mayor detalle.

 

Primero, Jesús les declaró a sus discípulos sobre el tiempo y el lugar. El Señor les dijo: “He aquí subimos a Jerusalén” (Lc 18:31b). Este sería el último viaje que realizarían juntos antes de su pasión. Jerusalén era la capital de la nación, la ciudad de David, el centro de adoración de los hebreos, donde fue construido el templo sobre el monte Moriah, aquel al que Abraham se había acercado para ofrecer a su hijo Isaac en sacrificio. De este modo, era Jerusalén el lugar designado por Dios para que Jesús, el Cordero sustituto, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, diera su vida en nuestro lugar. Para que él ofreciera la máxima expresión de adoración a Dios por su absoluta obediencia, exponiendo a destrucción el templo de su cuerpo. Para que él tomara su posición como Rey eterno en el trono de David, su padre, y en el trono de nuestro corazón. Para esto, él se dirigía a Jerusalén, la última estación de su trayecto. Jesús mismo había exclamado: “…porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén” (Lc 13:33b). Así que, con los ojos puestos en su misión por cumplir y en la gloria que le esperaba después, Jesús les anunció a los suyos que él se dirigía a su último destino.

 

Segundo, Jesús les declaró a sus discípulos sobre el cumplimiento de las profecías en él. El Señor señaló: “…y se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre” (Lc 18:31c). En la vida y el ministerio de Jesús se cumplieron más de trescientas profecías detalladas en el Antiguo Testamento. Particularmente, en este último tramo de su ministerio, podemos hacer referencia a lo anunciado sobre su muerte y resurrección. Isaías detalló su padecimiento ochocientos años antes de su venida diciendo: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto… fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas… mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is 53:3-6). David también se refirió a la muerte del Mesías de una forma atroz con increíble detalle, mil años antes de su nacimiento. Él dijo: “He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte… horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos…” (Sal 22:14-17a). Asimismo, respecto a la resurrección del Señor, Isaías también declaró: “Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada” (Is 53:10b). También David exclamó: “Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción” (Sal 16:10). Dando testimonio del cumplimiento de las profecías en Jesús, Pablo señaló: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Co 15:3-4). De este modo, Jesús les anunció a sus seguidores que se cumplirían todas las profecías referidas a él hasta el final. Por esta causa, él daría su vida de manera espeluznante sobre una cruz para el perdón de nuestros pecados; para reconciliarnos con el Padre celestial; para conducirnos a su reino de gloria. Y, por esta causa, desde esa cruz de muerte, Jesús clamaría con un grito de victoria: “Consumado es” (Jn 19:30b); “Todo se ha cumplido” (Jn 19:30b; NVI).

 

Tercero, Jesús les declaró a sus discípulos sobre sus padecimientos y muerte. El Señor detalló: “Pues será entregado a los gentiles, y será escarnecido, y afrentado, y escupido. Y después que le hayan azotado, le matarán” (Lc 18:32-33a). La muerte que Jesús sufriría sería verdaderamente traumática. Sería entregado a extranjeros tal como sucedió cuando los líderes religiosos lo llevaron al gobernador romano Pilato para que lo sentenciase a ser crucificado porque ellos no podían aplicar esta pena de muerte tan sangrienta. Jesús sería escarnecido, afrentado y escupido por los soldados. Sería azotado por ellos y le darían muerte. Todo esto era necesario para que nuestro Señor nos extendiera su salvación tomando nuestro lugar en el castigo que merecíamos. Pablo expresó: “Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros…” (1 Ts 5:9,10a). Pedro también nos dice sobre Jesús: “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 P 2:24). Hebreos también declara: “Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos” (He 2:9). De esta forma, Jesús les anunció a los Doce que en Jerusalén lo esperaba el martirio por medio del cual él nos traería redención.

 

Cuarto, Jesús les declaró a sus discípulos sobre su resurrección. Finalmente, luego de hablar de su agonía y muerte, el Señor agregó: “mas al tercer día resucitará” (Lc 18:33b). Jesús no permanecería en la oscuridad de un sepulcro. Ya de antemano, él anticipó su resurrección al tercer día. De esta manera, vencería el poder de la muerte para darnos salvación eterna. Y, de esta forma, se completaría la obra de vida en perfecta consumación. A través de la fe en su muerte y resurrección obtenemos la salvación tal como nos indica la palabra de Romanos que proclama: “Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Ro 10:8b-10). Así que, Jesús les anunció a sus discípulos que vencería el poder de la muerte al resucitar al tercer día para que tuviesen esperanza de eternidad y alcanzasen la salvación por creer en él.

 

Por más que muchos esperaban a un Mesías político, Jesús les reveló a los suyos que el Hijo de Dios debía atravesar por un gran padecimiento al venir a este mundo. Él daría el mayor de los sacrificios pero, asimismo, obtendría el mayor de los honores. Tal como nos lo hace ver el apóstol Pablo, Jesús: “…siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo… y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2:6-11). Una vez atravesada la noche del dolor, al Señor lo esperaba un dulce amanecer de gloria sin fin.

 

Por eso, a través de su sacrificio absoluto, en su marcha hacia Jerusalén para entregarse en sacrificio por nosotros, podemos estar seguros que el Señor estaba emprendiendo el camino de gloria. Jesús sabía de sus terribles padecimientos. Pero también sabía de esa gloria eterna que lo esperaba al final del camino. Por eso, perseveró hasta el final sin temor sino en completa obediencia y fidelidad al Padre celestial y por incontenible amor hacia nosotros. A paso firme, avanzó hacia el cumplimiento de su misión con la vista puesta en los cielos, para que nosotros podamos alcanzar la salvación por medio de su sacrificio perfecto.

 

 

  1. Los discípulos no comprenden (35)

Ante las palabras de Jesús y al ver su entereza y firmeza en su camino hacia el lugar donde lo esperaba la muerte, los discípulos se sintieron confundidos. Ellos tenían el mismo concepto de muchos otros acerca de que el Mesías sería un líder político que reinaría en este mundo trayendo gloria terrenal a la nación de Israel. Y ellos ya saboreaban sus enormes honores y privilegios por estar al lado del Señor. Por eso, no comprendieron las palabras de Jesús. En realidad, no quisieron comprenderlas porque lo que él les decía atentaba contra sus propios planes y deseos. No podían concebir que a su Maestro lo alcanzara una muerte tan espantosa. Por más que su Señor les venía diciendo vez tras vez que sería entregado a la muerte, los discípulos evidenciaban una obstinada negación. Esto se debía a que les era imposible abandonar sus sueños humanos y las expectativas de una vida exitosa, cómoda y popular en este mundo junto a Jesús. Porque, si Jesús padecía la muerte, ¿qué lugar les tocaría a ellos? Si a Jesús lo esperaba el sufrimiento, ¿no sufrirían ellos también? No obstante, los discípulos aún no estaban preparados para padecer a causa del Señor. Por eso, Lucas añade: “Pero ellos nada comprendieron de estas cosas, y esta palabra les era encubierta, y no entendían lo que se les decía” (Lc 18:35).

 

Según lo que podemos ver en este relato, había, particularmente, dos cosas que los discípulos no lograban entender en las palabras de Jesús. Por un lado, ellos no alcanzaban a comprender cómo llevaría a cabo el Señor su plan redentor. No veían que era necesario que Jesús se diera en completo sacrificio para su salvación. Por otro lado, no eran capaces de contemplar el hecho de que habían sido elegidos para seguir el mismo camino de gloria que Jesús. El Señor les había dicho tiempo atrás: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lc 9:23,24). Al llamarlos a ser sus discípulos, el Señor los había invitado a una vida completamente consagrada. Él podía requerir esto de ellos porque él mismo estuvo dispuesto a renunciar a sí mismo humillándose hasta lo más bajo, tomar su cruz en el Calvario y morir en nuestro lugar. De esta manera, él nos dio ejemplo y nos abrió paso al camino de gloria. No para que seamos espectadores intermitentes de su obra sino para que también avancemos a paso firme por ese camino hacia el cumplimiento de nuestra misión con los ojos puestos en los cielos. La palabra de Hebreos nos exhorta diciéndonos: “…despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He 12:1b,2).

 

Por más que los discípulos habían compartido más de tres años al lado de Jesús, aun así, no habían logrado entender su plan redentor. Es triste pensar que no habían podido comprender la obra más espectacular y la más importante de su venida a este mundo. No obstante, para ellos era difícil de asimilar lo que Jesús les anticipaba porque era algo que estaba por suceder. Por eso, más triste que esto es descubrir cómo varias personas de hoy no logran comprender que Jesús vino a darles vida eterna por medio de entregarse a la muerte y resucitar al tercer día, siendo que esto ya ha sido consumado. Es triste observar a los hombres en su lucha por querer “salvar” sus vidas a través de obtener lo temporal de este mundo. Y así, por no reconocer la redención de Jesús, todavía están en la oscuridad de la muerte y sin haber podido alcanzar su salvación. Porque no pueden sacar sus ojos de lo terrenal, las palabras del Señor les están encubiertas y no hay quienes les anuncien sobre la obra redentora de Jesús.

 

Pero, mucho más triste aún que ver cómo hay quienes no conocen la verdad del evangelio de Jesús, es observar cómo muchos cristianos tampoco comprenden qué relación existe entre ellos y el camino de gloria que siguió el Señor. Porque, en realidad se niegan a seguir ese camino. Porque sus ojos también están inmersos en este mundo y no puestos en los cielos. Porque no están dispuestos a dar el más mínimo sacrificio por el Señor sino que buscan el éxito, la comodidad o la popularidad terrenal. Esto significa que aún no han entendido para qué fueron llamados por Jesús y lo que implica ser sus discípulos. Juan nos dice: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn 2:6). Quienes creemos en Jesús, debemos andar como nuestro Señor Jesús anduvo. Debemos transitar su camino. Debemos cumplir hasta el fin nuestra misión. ¿Y cuál es nuestra misión? Pedro nos dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 P 2:9). Hemos sido llamados a vivir en santidad despojándonos de todo peso y del pecado que nos asedia. Hemos sido llamados a vivir como testigos del Señor, embajadores del reino celestial anunciando la salvación de Jesucristo, quitando el velo que impide a las almas descubrir su perdón y libertad.

 

La palabra de Proverbios nos dice: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Pr 14:12). Hay un camino que el hombre se esfuerza por seguir para garantizar su futuro y alcanzar sus sueños humanos en este mundo. Sin embargo, su fin no será otro que muerte. No obstante, hay otro camino. Es el camino de gloria que siguió nuestro Señor Jesús. Y es el camino al que él nos invita. ¿Cuál de estos dos caminos estás transitando? ¿Dónde están tus ojos? ¿En los cielos o en la tierra? ¿Cuál será tu destino? Nosotros creemos en nuestro Señor Jesús que murió y resucitó como lo dijo de antemano. El hecho de que se cumpliera todo lo que anunciara, nos muestra que su obra redentora es real y verdadera. Por eso, podemos estar seguros que todas sus promesas se cumplirán. Su recompensa llegará a todo aquel que haya dejado atrás su vida vieja por el reino de los cielos. De ahí que, hay un peregrinaje que hoy nos toca transitar a nosotros. Es un trekking al reino celestial. Avancemos a paso firme con los ojos puestos en los cielos, cumpliendo la misión para la cual fuimos llamados como discípulos de Jesús. No perdamos de vista el camino que debemos seguir. No abandonemos el camino de gloria.

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Mensaje dominical - LA ASCENSIÓN
Hechos 1:9-14
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Mensaje dominical – LA ASCENSIÓN
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“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” 🤗❤️🤗
Mateo 28: 19-20
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Mensaje dominical - "HASTA LO ÚLTIMO DE LA TIERRA"
Hechos 1:1-8
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“Entonces el Espíritu del Señor vendrá sobre ti con poder, y tú profetizarás con ellos y serás una nueva persona” 👧👶🧒👦👩🧑👨👩‍🦱🧑‍🦱👨‍🦱👩‍🦰🧑‍🦰👨‍🦰👱‍♀️👵🧔‍♂️👨‍🦳👩‍🦲👴
1 Samuel 10:6NVI
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