Real Sacerdocio
Pr. Gustavo Salas
1 P 2:9
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”
Llegamos a la última reunión de nuestra conferencia de verano 2021 que ha llevado el nombre de “Nueva Criatura”. Este año debimos realizar una conferencia virtual por las complicaciones de vivir en medio de un distanciamiento social. A causa de la pandemia, atravesamos por un extenso confinamiento y una larga lista de restricciones y protocolos a los que no estábamos acostumbrados. Hace tiempo, por ejemplo, que no podemos reunirnos como antes, con toda la congregación bajo un mismo techo, para adorar a Dios como solíamos hacerlo. Pero, más allá de esta realidad, por más dura que fuese, no queríamos quedarnos sin conferencia. Porque el mensaje del evangelio debe seguir propagándose para la salvación de las almas. Aun más fuerte e impetuosamente que cualquier adversidad. Porque sabemos que sólo por la palabra de Dios podemos ser Bienaventurados, como vimos en el mensaje de Apertura que nos compartió nuestro hermano Sebastián. Nuestro gozo proviene de vivir en la palabra de Dios. Y sólo ella nos conduce a la salvación a través del Espíritu Santo.
Habitualmente, solemos tener nuestra conferencia una vez al año en un lugar apartado de la ciudad con mucha naturaleza donde podemos relajarnos y disfrutar de la creación de Dios. Esa creación que, como vimos en la primera lectura, fue preparada por nuestro Señor para el hombre. Tal como nos dijo nuestro hermano José, así como una pecera preparada con todo lo necesario, por más hermosa que sea, no tiene sentido sin los peces, del mismo modo, toda la creación carecería de sentido sin el hombre. Dios nos creó a su imagen y nos dio una gloriosa misión. Nos hizo hechura suya, es decir, sus obras de arte. Llamados a fructificar y llenar toda la tierra.
Ante la situación que nos viene afectando desde hace varios meses, muchos se preguntan por qué pasan cosas como ésta. De dónde proviene esta enfermedad. ¿Será por un error de laboratorio? ¿O por una obra deliberada e intencional de unos pocos? ¿Será por el desorden alimenticio del hombre? ¿Será por la reacción defensiva de la naturaleza contra el ser humano que contamina y destruye el medio ambiente? ¿Será producto de un estudio inescrupuloso con fines económicos? Sea como sea, los cristianos sabemos que esta pandemia no es casual. Más allá de las especulaciones de la gente, esta enfermedad es el claro resultado del pecado del hombre que ha decidido vivir muy lejos de Dios. Porque, como vimos en la segunda lectura compartida por nuestro hermano Cristian Romero, fue por la caída del hombre que la muerte entró a este mundo. Porque la paga del pecado es muerte. El pecado nos hizo perder la imagen de Dios y nos dejó sin la misión que Él nos había dado.
En verdad, nadie puede derrotar el pecado por su propia fuerza. Como nos dijo nuestra hermana Gissit en su mensaje, no hay hombre fuerte como Sansón, poderoso como David ni sabio como Salomón que pueda evitar el pecado o vencerlo. Sólo Jesús puede darnos la victoria absoluta. Él no vino a esta tierra a condenarnos sino a darnos vida. Vino a perdonarnos. Vino a restaurarnos. Jesús nos dice: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Jn 8:11b). Él tiene la autoridad para decir esto porque él pagó el precio de la condenación que nosotros merecíamos. Pagó por nuestro rescate con su propia vida hasta la última gota de sangre. Y él nos dio así su perdón.
Tal como nos compartió en su mensaje nuestro hermano Christian Panelo, en Cristo somos Perdonados por medio de su cruz. Su salvación llegó a nosotros por gracia. De entre tantas personas que hay en este mundo, nuestro Señor puso su mirada sobre nosotros para conducirnos a su reino. Y, por amor, desde una cruz, él clamó: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23:34a). Sin el sacrificio de Jesús no hubiéramos podido ser salvos. Él se entregó a sí mismo para que fuésemos rescatados del castigo que merecíamos. Y por medio de su resurrección nos dio la esperanza de la vida eterna. Jesús quiso darnos una nueva vida. Una nueva oportunidad.
Todos aquellos que hemos creído en Jesús, hemos sido hechos hijos de Dios. La imagen del Señor que habíamos perdido por el pecado se nos ha sido devuelta. Como nos señaló nuestro hermano Diego en su mensaje, hemos obtenido el pasaporte del reino de los cielos. Hacia allí nos dirigimos. Por eso, necesitamos abandonar la doble ciudadanía. Ya no somos ciudadanos de este mundo sino ciudadanos celestiales. Pero esto no nos habilita a llevar cualquier clase de vida. No nos da licencia para pecar. Somos llamados a vivir en santidad.
Pero, además de restaurar nuestra imagen, en Jesús hemos recuperado la misión que el hombre había perdido por su pecado. Fuimos llamados a llevar los frutos interiores de la santidad. Pero también los frutos exteriores de la misión. Frutos de almas que alcanzan salvación en Jesús. Como nos compartió en su mensaje nuestro hermano Ezequiel, nuestro Señor nos ha llamado a extender su reino hasta el fin de este mundo, enviándonos a ser sus testigos. Para esto nos ha provisto de su Espíritu Santo.
Por medio de nuestra conferencia, podemos ver con cuánto anhelo, nuestro Señor quiere hacer de nosotros nuevas criaturas. Quiere devolvernos la imagen y la misión que le dio originalmente al hombre al crearlo. Y esto sólo es posible en Jesús. Por eso, Pablo nos dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co 5:17). Jesús nos hace nuevas criaturas. Todo lo pasado quedó atrás. Y todo ha sido hecho nuevo. Comenzamos de cero. Comenzamos una nueva historia en Cristo. Al hacernos nuevas criaturas, Jesús nos ha dado una nueva identidad y nos ha llamado a la misión.
Pedro nos dice en la palabra que leímos al comienzo: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 P 2:9). Con estas palabras, el apóstol Pedro nos revela tanto nuestra identidad como nuestra misión restauradas en Cristo.
Somos linaje escogido. Somos del linaje de Dios. Somos familia de Dios. Hijos de Dios por la fe en Jesús.
Somos real sacerdocio. Somos reyes y sacerdotes en Jesús. El Señor nos ha dado autoridad y nos ha llamado a servir a las almas. Aun habiendo caído en el pecado, y perdiendo nuestra identidad y misión, en Jesús somos restaurados.
Somos nación santa. Ahora, nuestra ciudadanía está en los cielos. Por ser ciudadanos celestiales, nuestra vida debe revelar la santidad de Dios. Somos llamados a Vivir en santidad.
Somos pueblo adquirido por Dios. Hemos sido comprados por la sangre de Jesús. Hemos sido perdonados en el Señor y ahora le pertenecemos.
Esta es nuestra nueva identidad. En Jesús, somos linaje escogido. Real sacerdocio. Nación santa. Pueblo adquirido por Dios. Pero esta identidad nos conduce a una misión inevitable e impostergable. Como nos dice Pedro, esta identidad es “…para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 P 2:9b). Somos llamados a predicar la salvación que hemos recibido en Jesús a las almas que aún no lo conocen. Somos enviados a ser testigos de Jesús. Embajadores del reino celestial.
De esta forma, cada uno de nosotros ha llegado a ser “Nueva Criatura” en Cristo. De esta forma, recuperaremos nuestra imagen y misión en la esperanza de un reino más allá de este mundo.
Antes de comenzar esta conferencia, personalmente, me sentí sumamente nervioso. En realidad, hace tiempo que no dejo de sentirme así; desde que recibí el cargo de pastor y luego, al pasar por el confinamiento sin contar con la posibilidad de seguir reuniéndonos en la iglesia. Por esto, el estrés en mí se me volvió indomable. Realizar una conferencia virtual era un completo desafío. Cómo programarla, cómo ejecutarla. Qué pasaría si, en el proceso volvíamos nuevamente a un confinamiento total. Cómo podríamos disfrutar virtualmente de un evento históricamente tan enriquecedor e importante para nuestra iglesia. Qué pasaría si los problemas técnicos nos dejaban sin reuniones. ¿Valdría la pena realizar una conferencia virtual? La incertidumbre ponía continuamente en jaque mi fe.
Además, con mi esposa también estamos a la espera de una “Nueva criatura”. Porque ella está en término para dar a luz. En cualquier momento puede nacer nuestro primer hijo. Esperábamos que nuestro bebé se adelantase y naciese el fin de semana pasado según los pronósticos médicos. Así que, sólo podía confiar en Dios quien tiene en sus manos mis tiempos. Verdaderamente, si no hubiera sido por la fortaleza y guía de Dios y por el apoyo y el trabajo de los hermanos y misioneros, estoy seguro que me hubiera desplomado en el proceso. De otra manera, esta conferencia no hubiera sido posible. Por eso me siento profundamente agradecido a Dios y también a nuestros hermanos por su compromiso y enorme trabajo.
Desde nuestra iglesia hubo varios hermanos trabajando para que podamos disfrutar de nuestra conferencia con una buena transmisión. El equipo de Adoración, Proyección y Sonido, Mantenimiento, Eventos, Abastecimiento y Recepción están aquí. Tuvimos 8 mensajeros (de ellos 5 han dado su primer mensaje en una conferencia; dos dieron mensaje por primera vez en su vida), tuvimos 11 expositores de testimonio y 13 grupos de estudio bíblico con sus líderes preparando de antemano cada estudio y reuniéndose cada día a las 7 de la mañana para orar. Han participado más de 200 personas, mucho más de lo que hubiera imaginado. Hemos tenido hermanos conectados desde las distintas provincias de Argentina, y de otros países como Bolivia, Brasil, Perú, Colombia, Paraguay, República Dominicana, Nicaragua, Estados Unidos, España, Alemania y Corea. Todos participando en nuestros estudios bíblicos y mensajes. Los niños de la Escuela Dominical han preparado, con la ayuda de sus familias, una canción para compartir con nosotros mostrando su deseo de servir al Señor, reconociendo que Él quiere salvar al mundo entero y que ellos también son pueblo de Dios. En nuestra conferencia se han bautizado 7 hermanos confesando su fe en Jesús y han dado testimonio del cambio del Señor que nos hace nuevas criaturas.
Este año tal vez no podamos agradecer que Dios nos haya dado un hermoso clima en la naturaleza. Ni una comida deliciosa preparada por un equipo de cocineros. Ni días de sol en la pileta. Ni un profundo descanso bajo los árboles. Pero Dios ha sido fiel y tenemos mucho que agradecer. Porque nos ha dado un verdadero reposo espiritual en el poder de su palabra y de su Espíritu Santo. Porque, ¿para qué tenemos nuestra conferencia sino es para compartir la salvación de Jesús y ser fortalecidos en el Espíritu Santo? Y, este año, nuestro Dios nos ha permitido compartir la gracia de su salvación en Jesucristo más allá de nuestras fronteras. Nos ha llevado a ver que quiere hacernos nuevas criaturas devolviéndonos nuestra imagen y nuestra misión. Por eso, sobre todo, queremos agradecer a nuestro Dios por extender su reino y su salvación entre nosotros alcanzando a las almas con su palabra y la obra de su Espíritu Santo.
¡Qué grande es nuestro Señor! Con las puertas cerradas de tantas iglesias, ¿quién hubiera imaginado que podríamos tener una conferencia así? Gracias a Dios que nos ha permitido estos días tan preciosos. Imaginemos cuánta alegría sentirá en este momento nuestro Señor. Él no está confinado. Él sigue trabajando con poder. A este Señor sigamos alabando y perseveremos en la fe creciendo en su palabra y anunciando su salvación hasta su venida. No somos gente común y corriente. Somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios. Así que, fructifiquemos y llenemos la tierra de almas que han renacido en Jesús, anunciando las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Jesús nos dice: “¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Jn 4:35). La conferencia concluye hoy. Pero nuestra imagen restaurada seguirá en nosotros y tenemos una misión por cumplir: ser testigos de Jesús en el poder del Espíritu Santo. ¡Gloria sea a nuestro Dios! Tal como nuestro Señor ha querido, vivamos como Nuevas Criaturas en Cristo.
