Velad -mensaje dominical 13-2-2022

julio 1st, 2022 Posted by Mensaje Dominical 0 thoughts on “Velad -mensaje dominical 13-2-2022”

Velad

Lucas 21:25-38                                                                                                       V.C. 21:36

 

“Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre”

 

En el patio de mi casa, cuando era pequeño, teníamos una higuera. Era muy hermoso verla en verano con su gran follaje y con sus deliciosos higos dulces apareciendo en sus ramas. Pero cuando llegaba el otoño, quedaba completamente despoblada de hojas. Su tronco y sus ramas se ponían de un color gris inerte y se endurecían como una piedra. Cada año, la higuera parecía que se había secado y que no volvería a brotar. Pero asombrosamente, al llegar la primavera, comenzaba a tomar un color vívido. Sus ramas abandonaban su dureza y, poco a poco, el color verde iba revistiendo nuevamente a aquel árbol.

 

Al hablar sobre los tiempos y las señales que marcarán el fin de este mundo, Jesús les dijo a sus discípulos: “Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya brotan, viéndolo, sabéis por vosotros mismos que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios” (Lc 21:29-31). Tal como reconocemos que el frío del invierno ha concluido y que el calor del verano se aproxima al ver brotar los árboles en primavera, también debemos interpretar las señales a nuestro alrededor. Cuando sucedan todas las cosas que Jesús enumeró, tenemos que prepararnos para recibirlo en su venida. ¿Y de qué señales había hablado él? Había hablado de la corrupción espiritual con la aparición de falsos cristos, los levantamientos armados y los desastres naturales, el hambre y las enfermedades. Y ya todo esto podemos verlo en los tiempos que corren.

 

Por eso, al observar las señales que nos invaden por todos lados, tenemos que reconocer que nos encontramos en los últimos tiempos. Ahora bien, ¿cómo debemos conducirnos quienes tenemos nuestra esperanza puesta en el reino de los cielos? Acerca de esto, nuestro Señor Jesús nos habla en la palabra de hoy. Así que, con nuestros oídos bien atentos, nuestros ojos bien abiertos y, más que nada, nuestros corazones bien dispuestos, recibamos las palabras de nuestro Salvador. No nos dejemos vencer por el sueño espiritual y la pereza. Ante los tiempos y las señales que se alzan ante nosotros, estemos preparados para recibir al Señor. Mantengámonos despiertos. No dejemos de velar. Jesús ya está viniendo.

 

 

  1. El Hijo del Hombre vendrá (25-33)

Como vimos la semana pasada, a través de su profecía acerca de la caída de Jerusalén y la destrucción del templo, Jesús nos dio una urgente advertencia. El Señor nos llama a poner atención a los tiempos y a las señales que nos rodean para descubrir lo innegable. Debemos darnos cuenta que Jesús está en camino. No obstante, como podemos observar, no todos tienen interés en interpretar lo que los hechos actuales están indicando. Sin embargo, cuando el fin esté muy próximo, ocurrirán impresionantes señales que espantarán a todos los hombres. Al ver esto, ninguno de los que ignoraron las advertencias de Dios y su invitación a la vida en su Hijo Jesús, podrá escapar del pavor. Ellos serán consumidos por el temor mientras contemplan las últimas señales. Pero ya será demasiado tarde. Jesús declaró: “Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas” (Lc 21:25,26). Toda la creación se estremecerá ante la venida de su Creador. Tanto los astros en el espacio como la naturaleza dentro de nuestra atmósfera se agitarán.

 

Dios anunció a través de Isaías: “¡Miren! ¡Ya viene el día del Señor (día cruel, de furor y ardiente ira); convertirá en desolación la tierra y exterminará de ella a los pecadores! Las estrellas y las constelaciones del cielo dejarán de irradiar su luz; se oscurecerá el sol al salir y no brillará más la luna. Castigaré por su maldad al mundo, y por su iniquidad a los malvados. Pondré fin a la soberbia de los arrogantes y humillaré el orgullo de los violentos… por el furor del Señor Todopoderoso en el día de su ardiente ira” (Is 13:9-11, 13b; NVI). El día del Señor llegará muy pronto. Y con el fin de este mundo, se encenderá el juicio de Dios contra quienes persistieron en vivir en el pecado. La tierra será desolada y los pecadores recibirán el pago de su iniquidad. De este modo, todos los que ignoraron el llamado del Señor temblarán ante su terrible desenlace.

 

Jesús proclamó: “Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria” (Lc 21:27). La conmoción y el espanto de la humanidad se multiplicarán cuando, finalmente, vean llegar al Señor en las nubes del cielo. Esta será la impostergable conclusión que habían previsto los tiempos y que venían anunciando las continuas señales a las que muchos se esforzaron por ignorar. Jesús, el Hijo del Hombre, vendrá. No de manera tímida, humilde u oculta. Por el contrario, será como el fulgurar de un relámpago que brilla de un extremo al otro de la tierra. Absolutamente todos los hombres serán testigos de la venida del Señor. Juan profetizó: “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén” (Ap 1:7).

 

Contrario al pánico que afligirá a quienes se negaron a creer en el Señor, los hijos de Dios podremos observar los últimos hechos que azotarán a este mundo con otra mirada. Jesús nos dice: “Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca” (Lc 21:28). Mientras otros se ven inmersos en la desesperación, para quienes hemos creído en Jesús, los hechos que señalan el fin de este mundo hacen florecer nuestra esperanza. Porque el día de nuestra redención se aproxima. Nuestra peregrinación por este mundo llegará a su fin. Iremos a nuestra patria celestial donde viviremos para siempre. Como promete la palabra de Dios, para quienes creyeron en Jesús como su Señor y Salvador hay un futuro irrevocable. Porque todos los que pusieron su fe en Él irán a morar con el Señor eternamente. Y, como Él asegura: “Secará todas las lágrimas de ellos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor; porque todo lo que antes existía ha dejado de existir” (Ap 21:4; DHH). Esta es nuestra esperanza. Esta es nuestra certeza. Esta es nuestra fe. Que nuestro Señor Jesús, quien dio su vida por nosotros en una cruz para pagar el precio de nuestros pecados y que resucitó para abrirnos el camino hacia la vida eterna, ascendió a los cielos y volverá con el fin de buscarnos y llevarnos a su reino de gloria. Nosotros esperamos en la promesa de Dios que nos dice que “…Jesús fue llevado al cielo, pero así como se ha ido, un día volverá” (Hch 1:11b; TLA).

 

No tenemos dudas en lo que nuestro Señor nos ha anunciado. Porque él mismo aseguró: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Lc 21:33). Aun cuando todo este mundo se desvanezca y no vaya quedando nada en pie, las promesas, las profecías, las advertencias, las enseñanzas de Jesús, prevalecerán. Por lo tanto, nuestra esperanza es segura. Nuestra eternidad junto a nuestro Señor es certera. Porque sus palabras no fallan. Lo que él ha dicho, sí o sí se cumplirá.

 

Nuestra seguridad está en nuestro Salvador. Pero quienes pusieron su esperanza en este mundo, verán cómo todo aquello por lo que se esforzaron en conseguir y que batallaron por obtener, será destruido y quedará atrás. Quienes depositaron su confianza en falsas religiones, supersticiones, filosofías de hombres o el engañoso moralismo terrenal, temerán ante su inminente sentencia de muerte. Así que, en la venida de nuestro Señor quedarán expuestos dos grupos bien definidos. Por un lado, estarán aquellos que desfallecerán por el temor de lo que verán sus ojos. Son quienes vivieron para este mundo e hicieron a un lado a Jesús. Pero, por el otro lado, estarán aquellos que levantarán sus frentes y con enorme gozo alzarán sus brazos al cielo para recibir a su Salvador. Son quienes pusieron su mirada en las cosas de arriba antes que en las de la tierra.

 

¿En cuál de estos dos grupos nos encontraremos? ¿Cuál será tu lugar cuando el Señor regrese? Pablo nos dice que Dios “…pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia” (Ro 2:6-8). Todavía estamos a tiempo. Así que, si aún no renunciaste a este mundo de pecado, si aún no te rendiste ante Jesús para recibir su perdón, hacelo hoy. No hay pecado tan grande que el Señor no pueda perdonar. No hay herida tan profunda que el Señor no pueda sanar. No hay ruina tan honda que el Señor no pueda reparar. Hay un reino de gloria para todos los que hemos creído en Jesús. Sólo por la fe en él. Fe en su obra que limpió nuestro corazón con su sacrificio al tomar nuestro lugar. Que la venida del Señor no nos encuentre sumidos en el temor sino que, con gran alegría, podamos darle la bienvenida a Aquel que nos ha abierto las puertas al glorioso, perfecto y eterno reino celestial.

 

 

  1. Mirad por vosotros mismos (34-38)

A lo largo de la historia, han surgido varias sectas que afirmaban conocer la fecha y el momento exacto en que este mundo concluiría. Por más que Jesús había asegurado que nadie sabe el día ni la hora del fin sino sólo el Padre celestial, los líderes de estos grupos sectarios engañaban a la gente por su falta de conocimiento. Estos falsos profetas les insistían a sus miembros que dejasen sus estudios y trabajos porque el fin estaba cerca y no tenía sentido atarse a nada de esta tierra. Algunos, incluso, incentivaban a sus participantes a vender todo lo que tenían y prepararse para la venida de Jesús que nunca ocurrió en los tiempos que ellos establecían. De igual modo, por más que muchos cristianos se indignen ante aquellas sectas, también están viviendo de la misma manera. Porque, por más que no determinen una fecha para el fin, se han despojado no de todo bien o propósito terrenal como los seguidores de sectas, sino que se han despojado de toda responsabilidad espiritual. Viven relajados, dando el mínimo esfuerzo por el Señor y esperan de brazos cruzados la venida de Jesús. ¿Será que debemos vivir así? Claro que no. Debemos esperar la venida de nuestro Salvador, pero de manera activa y en continua lucha espiritual.

 

Jesús, el Hijo del Hombre, vendrá. Los tiempos y las señales lo declaran a viva voz. Pero, ahora bien, ¿cómo debemos vivir quienes esperamos ansiosamente su venida? ¿De qué manera desea nuestro Señor que nos comportemos quienes tenemos nuestra esperanza en él y en su regreso? Jesús nos dice: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra” (Lc 21:35,36). Aquellos que estamos a la espera del Señor, ante todo, debemos guardar nuestro corazón entre tanto que él llega. No tenemos que acomodarnos a una vida de pecado. Una vida entregada a los vicios y a los hábitos pecaminosos. Una vida concentrada únicamente en obtener bienes y reconocimientos de este mundo. Como nos dice Juan, “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn 2:16,17). El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

 

¿Y cuál es la voluntad de Dios? Pablo nos dice: “…la voluntad de Dios es vuestra santificación…” (1 Ts 4:3a). Dios anhela nuestra santificación, es decir, que crezcamos en santidad luchando contra el pecado y las seducciones de este mundo que buscan esclavizarnos. Por eso, Jesús nos dice: “Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Lc 21:36). Mientras aguardamos la venida del Señor, tenemos que velar. Necesitamos velar. Necesitamos mantenernos espiritualmente despiertos y no dejarnos adormecer por las voces de arrullo de este mundo. Este mundo, bajo el control del diablo, quiere inactivarnos para que ya no representemos una amenaza para él, en nuestra tarea de extender el reino de Dios a las almas y en nuestro propósito de glorificar a nuestro Señor. Porque, la vida consagrada de un verdadero discípulo de Jesús, deja al descubierto todos los engaños y la perversidad de este mundo. Necesitamos, por lo tanto, velar. Pablo nos dice: “Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios” (1 Ts 5:5,6). Y entonces, ¿qué significa “velar” para nosotros?

 

Primero, velar implica orar y retener la palabra. Jesús les dijo a sus discípulos: “Velad, pues, en todo tiempo orando…” (Lc 21:36a). Para mantenernos espiritualmente despiertos, necesitamos orar en todo tiempo y con todo nuestro corazón. Pedro nos dice: “Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración” (1 P 4:7). Cuanto más reconocemos que el fin se acerca, más debemos concentrarnos en orar, derramando nuestro corazón ante el Señor. Asimismo, ante el fin que se aproxima, Pablo también nos exhorta diciéndonos: “Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido…” (2 Ts 2:15a). Al identificar que el final se asoma, debemos procurar sumergirnos más y más en la palabra de Dios, meditar en ella, practicarla y compartirla. Por lo tanto, para aquellos que esperamos la venida del Señor, velar implica mantenernos continuamente en oración y guardar la palabra de Dios. Orar y retener la palabra de Dios.

 

Segundo, velar implica luchar espiritualmente contra el pecado. Aquel que sinceramente ha creído en Jesús y aguarda su segunda venida, no se involucra en el pecado. Por el contrario, lucha para no caer en las garras del diablo. Pablo nos advierte: “La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Ro 13:12-14). Asimismo, Pedro también nos previene diciéndonos: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quién devorar” (1 P 5:8). Así que, aquellos que esperamos la segunda venida del Señor, debemos mantenernos despiertos batallando contra toda tentación del diablo. Debemos mantenernos sobrios, no embriagándonos en el pecado sino siendo llenos del Espíritu Santo. Por lo tanto, velar implica despojarnos del pecado por nuestro arrepentimiento y luchar contra las asechanzas del diablo.

 

Tercero, velar implica aguardar con esperanza. Santiago nos dice: “Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca” (Stg 5:8). Pablo también expresa: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca” (Fil 4:4,5). Mientras esperamos a nuestro Salvador, debemos afianzar nuestra esperanza siendo pacientes y revistiéndonos de auténtico gozo. No tenemos que dejarnos vencer por la impaciencia ni las angustias terrenales rindiéndonos a vivir como quien no conoce a Jesús. Entregándonos a este mundo y sus cuestiones. Enfocándonos a consolidar nuestra morada en esta tierra como si este fuera nuestro último destino. Por el contrario, debemos perseverar en la fe dando un buen testimonio ante todos los hombres. Quienes aguardamos la venida del Señor, tenemos que manifestar nuestra esperanza sintiendo gozo al pensar en el día de nuestra entrada al reino eterno que es nuestro verdadero hogar. Así que, velar implica mantener la esperanza en la morada celestial y experimentar el gozo de una victoria irrevocable.

 

Cuarto, velar implica adorar a Dios y extender su reino. Entre tanto que nuestro Señor llega, como miembros de su pueblo, debemos mantener encendida la llama de la adoración y el culto a Dios. Hebreos nos dice: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (He 10:24,25). En los últimos tiempos, el amor y el deseo espiritual de muchos se enfriarán. Reinará el egoísmo y la búsqueda de la comodidad personal. Para no caer en esto, necesitamos mantenernos espiritualmente despiertos brindando fielmente nuestro servicio al Señor. Las puertas de nuestra iglesia deben estar abiertas a recibir a las almas para que encuentren un refugio espiritual donde puedan conocer y adorar al Señor. De igual forma, debemos disponernos a extender el culto a Dios en otros lugares cumpliendo la gran Comisión de nuestro Señor Jesús que nos dice: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:18b-20). De este modo, para quienes esperamos la segunda venida del Señor, velar implica adorar a Dios y, asimismo, extender su salvación a las almas.

 

Preguntémonos ahora, ¿estamos, en verdad, velando? Los tiempos y las señales pregonan que Jesús está viniendo. Por lo tanto, no debemos perder más tiempo. Debemos acercarnos al Señor y rendirle nuestro corazón antes que sea tarde. Y si conocés a alguien que aún no recibió la salvación del Señor, no te tardes en compartirle el evangelio. El día de la venida de Jesús se aproxima a pasos agigantados. Por lo tanto, quienes conformamos la Iglesia de Cristo tenemos que prestar atención y no quedarnos dormidos. Por el contrario, tenemos que luchar por mantenernos espiritualmente despiertos, velando. Orando y guardando la palabra. Batallando contra el pecado. Manteniendo la esperanza. Adorando al Señor y extendiendo su reino. Nadie sabe cuándo llegará Jesús. Él vendrá como un ladrón en la noche. Que cuando él regrese, todos podamos estar de pie y levantar nuestra mirada ante él. Que todos podamos recibirlo con gozo al ver confirmada nuestra esperanza. Así que, mientras aguardamos la venida del Hijo del Hombre, no durmamos sino velemos. Velemos y del Señor recibiremos su recompensa eterna.

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Mensaje dominical - LA ASCENSIÓN
Hechos 1:9-14
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Mensaje dominical – LA ASCENSIÓN
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“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” 🤗❤️🤗
Mateo 28: 19-20
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6 días ago
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6 días ago
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Mensaje dominical - "HASTA LO ÚLTIMO DE LA TIERRA"
Hechos 1:1-8
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“Entonces el Espíritu del Señor vendrá sobre ti con poder, y tú profetizarás con ellos y serás una nueva persona” 👧👶🧒👦👩🧑👨👩‍🦱🧑‍🦱👨‍🦱👩‍🦰🧑‍🦰👨‍🦰👱‍♀️👵🧔‍♂️👨‍🦳👩‍🦲👴
1 Samuel 10:6NVI
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