La Fe -Mensaje dominical 19/02/2023

febrero 22nd, 2023 Posted by Mensaje Dominical 0 thoughts on “La Fe -Mensaje dominical 19/02/2023”

La Fe

Hebreos 11:1-3

V.C. 11:1

 

“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”

 

La carta a los Hebreos es un libro maravilloso. Como lo indica su nombre, estaba dirigida a los descendientes de Abraham que habían creído en Jesús como su Salvador. Es por eso que su contenido está lleno de citas del Antiguo Testamento. A través de sus líneas, el autor nos da una explicación magistral mostrándonos que toda la Ley de Moisés halla perfecto cumplimiento en Jesús, el Mesías prometido, nuestro gran Sumo Sacerdote y mediador de un nuevo pacto y el sacrificio eficaz para el perdón de nuestros pecados. Además, en el capítulo once, observamos una exhortación práctica para los miembros del pueblo de Dios. Se nos presenta la fe pero desde una perspectiva didáctica antes que como un simple concepto.

 

Muchos hablan de la fe pero no conocen realmente su significado. Confunden la fe con una expresión de buenos augurios, una creencia injustificable o una energía invisible y misteriosa que nos lleva a alcanzar todos nuestros objetivos personales. Sin embargo, nosotros sabemos que la fe es mucho más que una buena intención, una referencia infundada o una energía latente en el universo. La fe tiene un carácter, un origen y un destinatario bien definidos.

 

Como vimos la semana pasada, nuestro Padre celestial nos ha llamado a una esperanza viva. Pero, para mantener esta esperanza intacta, necesitamos creer en sus promesas más allá de cualquier circunstancia. Como también nos dice Hebreos, es necesario que “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió” (He 10:23). Por lo tanto, tenemos que revestirnos de sincera y verdadera fe. Hoy queremos hablar de la fe. Pero no para adquirir un conocimiento intelectual más. Queremos hablar de la fe para ponerla en práctica y para experimentar el poder de nuestro Dios. Reconozcamos, entonces, su significado real. Y revistámonos de la auténtica fe que el mundo desconoce.

 

 

  1. Es, pues, la fe… (1)

Dicen que “La fe mueve montañas”. A muchos les gusta oír esta frase que surgió de sintetizar las palabras de Jesús que dijo: “Si tuvieran siquiera una fe tan pequeña como un grano de mostaza, podrían decirle a aquella montaña que se quitara de en medio y se quitaría. Nada les sería imposible” (Mt 17:20b; NBV). Pero en la versión reducida de lo que el Señor dijo, no se observa ni el concepto acertado, ni la intención ni el contexto y ni siquiera el autor de esas palabras. Cuando alguien dice que la fe mueve montañas, está aludiendo a un acto místico e invisible o a una convicción bien intencionada y sin fundamento claro. Está aludiendo a la auto-confianza, las buenas ondas o los buenos deseos ante la dificultad. “La fe mueve montañas” se ha convertido en un refrán que, tranquilamente, podríamos encontrar en cualquier libro de autoayuda. ¿Podríamos obtener allí la correcta definición de la fe que salva a las almas?

 

La Real Academia Española define la fe como: “Creencia o confianza”. Pero no indica más que esto. Aun así, por más que brindase una explicación filosófica más detallada y concluyente, la fe jamás podría ser entendida sólo a través de una definición consensuada. La fe no puede ser absorbida por asimilar un concepto terrenal. La fe verdadera tiene otro origen. Un origen divino. Por eso, Pablo nos dice: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro 10:17). Por lo tanto, no podría existir fe en nosotros sin haber recibido primero la palabra del Señor. La fe nace de oír el mensaje que Dios nos da en sus Escrituras.

 

Hace varios años, un estudiante de Ciencias Económicas, aceptó la propuesta de hacer estudio bíblico porque, si bien él era muy intelectual, no podía encontrar solución a una inquietud que tenía. Él quería saber qué era la fe. Por qué la gente decía tener fe. Lo único que pude decirle en ese momento fue que, a través de estudiar la Biblia podría encontrar la respuesta. Y fue así que, por medio de la palabra de Dios y la acción de su Espíritu Santo, con el tiempo, ese joven estudiante alcanzó a conocer la verdad de la fe. Porque la fe viene de oír la palabra de Dios. Lo mismo ocurre con cada uno de nosotros.

 

Generalmente, cuando la gente habla de la fe, se refiere a un salto a tientas en la oscuridad y hacia lo desconocido con la certeza de que se arribará a un buen destino. No obstante, Hebreos nos dice algo completamente diferente. ¿Qué nos dice? “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (He 11:1). El autor define la fe como conclusión de lo que venía desarrollando hasta ahora. Por eso comienza diciendo: “Es, pues, la fe…” (He 11:1a). ¿Y qué es lo que venía diciendo? Él había llegado a la conclusión de que “…al haber cumplido Jesucristo la voluntad de Dios, ofreciendo su propio cuerpo una vez por todas, nosotros hemos quedado consagrados a Dios… …después de ofrecer de una vez para siempre un solo sacrificio por el pecado, está sentado junto a Dios… Y así, ofreciéndose en sacrificio una única vez, ha hecho perfectos de una vez para siempre a cuantos han sido consagrados a Dios” (He 10:10,12b,14 BLP).

 

Cristo se entregó a la muerte para pagar el precio de nuestros pecados haciéndonos libres de la condenación. Sin embargo, él se levantó de la tumba para llevarnos a la vida eterna y hoy se encuentra en su trono en los cielos. Pablo nos dice “Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Co 15:3b,4). Por lo tanto, la fe no puede disociarse de la palabra de Dios que nos manifiesta la salvación de Jesús. La fe no puede disociarse de la obra que Cristo realizó a nuestro favor. No hay fe sin Jesús. No obstante, como han declarado distinguidos predicadores, la fe no salva. Es Cristo quien salva. La fe es el instrumento que nos conduce a someternos al Señor. Por eso, la fe no es el fin en sí mismo que debemos abrazar sino el medio que nos guía a abrazar a Cristo.

 

Así que, la fe nace de la palabra de Dios y por el Espíritu Santo que obra en nosotros. Este es el origen de la fe. Y la fe no puede desvincularse de la obra redentora ni de las promesas de nuestro Señor Jesús. Pero además, Hebreos nos muestra dos fascinantes características de la fe.

 

Primero, la fe es la certeza de lo que se espera. Algunos subrayan que la palabra “Certeza” utilizada aquí es un término científico. Detalla el resultado que se obtiene de una experiencia y se apoya en hechos verificables. Tal como el producto inconfundible que se obtiene de una combinación de compuestos químicos en un tubo de ensayo. Por eso, algunos traducen la palabra “Certeza” como “Sustancia”. La fe no es algo inconsistente. No es el producto de la imaginación ni de la emoción ni de los buenos deseos. La fe no es saltar al vacío o tomar el riesgo de entrar en una aventura. La fe es una certera e irrefutable sustancia. Es una conclusión inexcusable. Es un efecto inequívoco. Una realidad esperable. Por eso, la fe no admite dudas. No admite una consecuencia distinta a la esperada. Como cuando se mezclan dos colores primarios y se sabe a ciencia cierta cuál será el nuevo color que se formará. Porque si se mezcla el color azul con el amarillo obtendremos verde y no otro color. Como cuando seguimos al pie de la letra las instrucciones de una buena receta y obtenemos un delicioso manjar. O como cuando tocamos bien una partitura y obtenemos siempre la misma e inconfundible melodía. La fe es la sustancia. Es la certeza de lo que se espera.

 

Por su parte, hay quienes, asimismo, traducen la palabra “Certeza” como “Garantía” o “Seguridad”. Porque, en la fe no hay desconfianza ni posibilidad alguna de que no se cumpla lo previsto. En la fe no hay falla admitida. Como si fuese el título inmobiliario de una propiedad que nadie puede quitar o negar. La fe nos garantiza una propiedad que tenemos asegurada. Y tenemos la constancia escrita en la palabra de Dios. Por eso, la fe es la sustancia consecuente. Es el producto resultante esperado e ineludible. Es la garantía irrefutable que no da lugar a chance alguna de que ocurra lo contrario. La fe es la certeza de lo que se espera.

 

Segundo, la fe es la convicción de lo que no se ve. A diferencia de la palabra “Certeza” que tiene un carácter científico, el término “Convicción” conlleva un sentido legal. Se refiere a la evidencia aceptada para traer certidumbre de un hecho. Una evidencia es la prueba que se presenta ante un tribunal para demostrar la veracidad de un caso. La fe es una evidencia. Pero no toda convicción es fe. La convicción es fe cuando representa la certidumbre de lo que no se ve. Por lo tanto, la fe es la evidencia de lo invisible. Es el aval de la autenticidad del testimonio que hemos recibido en la palabra de Dios. Y es el aval de la autenticidad del testimonio que damos al mundo. Es la comprobación y demostración de lo que no vemos con nuestros ojos. Por eso, el que tiene fe está convencido de lo que es invisible. El que tiene fe lleva en sí mismo la prueba de lo que es imperceptible para quienes viven en incredulidad. La fe es la evidencia. La fe es la convicción de lo que no se ve.

 

Así que, la fe nos conduce a estar seguros de lo que esperamos. Es la sustancia y garantía de una esperanza activa donde reconocemos la obra que el Señor hizo en el pasado a nuestro favor, la gracia presente y la gloria futura que nos aguarda. La fe nace de la palabra de Dios y del Espíritu Santo y es mucho más que un mero concepto intelectual. La fe es la sólida certidumbre de que nuestros pecados han sido perdonados en la sangre de Jesús y hemos recibido reconciliación con Dios. Que hemos obtenido la salvación en Cristo. Que hemos sido trasladados de la condenación que merecíamos a la gloria divina bajo el reinado de nuestro Señor Jesucristo. Que hemos pasado de muerte a vida. De ser huérfanos a ser adoptados como hijos de Dios. De la corrupción del pecado a la justicia y la santidad del Padre celestial.

 

La fe es la plena certeza de que nuestro Señor camina junto a nosotros y nos abraza con su gracia, protección y guía, día tras día. Que nos hace experimentar la victoria en cada adversidad. Que nos lleva a atravesar las tormentas y a conquistar en la batalla. Que nos vuelve instrumentos y testigos de su obra redentora. Que nos sustenta y nos equipa con su mano de amor y poder. La fe es depositar por entero nuestra confianza en nuestro Padre celestial que está en control de todo y nos conduce hacia lo mejor. Es entregarnos a Él en completa dependencia con la seguridad de que nos bendecirá con lo más excelente y perfecto.

 

La fe, asimismo, es nuestra absoluta convicción de que obtendremos un lugar al lado de nuestro Dios en su reino eterno. Que este mundo temporal se desvanecerá cuando nuestro Señor Jesús regrese a buscarnos para llevarnos a su reino celestial donde ya no habrá muerte sino sólo eternidad. Que lo visible de esta tierra desaparecerá para dar paso a un reino que hoy no vemos con nuestros ojos físicos. “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (He 11:1).

 

¿Hay auténtica fe en tu corazón? ¿Has encontrado la salvación en Jesús? Pablo nos dice: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Ro 1:17). ¿Estás depositando tu confianza a diario en el Señor? La palabra nos llama a caminar continuamente “…guiados por la fe y no por lo que vemos” (2 Co 5:7b; BLP). ¿Estás a la espera de un futuro de gloria en los cielos? Nuestro Padre celestial nos hizo renacer “para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para nosotros (1 P 1:4). El Señor volverá muy pronto a buscarnos. Vivamos por la fe. No por emociones o ilusiones. Estemos firmes en la certeza de lo que esperamos y en la convicción de lo que hoy no se ve.

 

 

  1. El testimonio de la fe (2-3)

Al hablar de la fe, Hebreos añade: “Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos” (He 11:2). Los antepasados de fe tuvieron esa certeza innegociable en aquello que ciertamente vendría. Estaban convencidos de la realidad venidera por más que en aquel tiempo no pudiesen contemplarla con sus ojos. Fue por la fe que todos ellos fueron aprobados por Dios. Dieron sus vidas por su convicción inquebrantable. Pero asimismo, fue por su fe que se destacaron dando un buen ejemplo entre sus contemporáneos. Ellos alcanzaron buen testimonio. El testimonio de la fe.

 

De igual manera, nuestro Señor no sólo espera que encontremos la salvación por la fe. Él también espera que vivamos por la fe. Que nuestra vida refleje nuestra certeza y convicción. Que dependamos y confiemos en Él. Que demos buen testimonio. Que andemos por fe. Seguros en la promesa de nuestro Dios que nos dice: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador” (Is 43:2,3a). Nuestro Creador promete estar a nuestro lado en todo tiempo, en todo ámbito, en toda situación. Sólo debemos vivir por la fe y no en incredulidad. Dirigiendo nuestra mirada al Señor para el cual nada tiene límites y que no conoce la imposibilidad.

 

El problema está cuando nuestro conocimiento del Dios que todo lo puede es únicamente teórico. Cuando nos falta el entrenamiento de alzar nuestros ojos y nuestras manos al Dios amoroso en todo momento para abrazarnos a Él. Porque, para quien no está habituado a acercarse al Señor, le es más inmediato recurrir a su propia capacidad o razonamiento. No vive conforme a la sustancia y la evidencia que hay en la fe. Le es más natural recurrir a las ayudas científicas y legales del mundo que buscar a Dios como su principal y verdadero Ayudador. Pero quienes tienen fe, como los antiguos, son hombres de permanente oración. Aquel que tiene fe, ora en todo tiempo. Pero el incrédulo se ahoga en los ríos de sus conflictos y se incendia con el fuego de la adversidad. El hombre de fe es continuamente consciente de que su Dios, el Santo de Israel, es su Salvador. Y no calcula según lo visible sino que es capaz de levantar alas y alzarse por encima de cualquier tempestad. Porque sabe que Dios lo controla todo y es Dios quien tiene la última palabra. Y entonces sí, puede experimentar en sí mismo la promesa de Jesús que nos dice: “…de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Mr 11:23,24).

 

Por lo tanto, la fe es incompatible con la incredulidad. Y es la incredulidad el mayor enemigo de la fe. No podremos ver los resultados de la fe si hay en nosotros todavía algún vestigio de incredulidad. Por eso, Santiago nos dice que Dios da abundantemente al que le pide, “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Stg 1:6,7). Así que no todos los que oran son hombres o mujeres de fe sino los que creen que el Dios bondadoso los escucha y ya está trabajando a su favor para bendecirlos en abundancia más allá de lo visible.

 

El hombre de fe se rinde ante el Dios que creó todo lo que existe sabiendo que es poderoso para obrar, transformar, reparar, instaurar todas las cosas. Por eso, Hebreos nos lleva a alzar los ojos al Señor Creador diciéndonos: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (He 11:3). Como dicen algunos, hay dos formas para entender el origen del mundo. Una es la especulación y la otra es la revelación.

 

Al no poder hallar explicación a la existencia del universo, muchos recurren a la especulación de las teorías humanas. Por más que las evidencias son insuficientes o demuestren lo contrario. Recurren a la especulación de una teoría que explique de la forma más convincente y conveniente posible el surgimiento de lo que existe. Especulan y adornan sus razonamientos. Y otros, los aceptan como reales, por más que suenen inverosímiles. Teorías como las del Big Bang y la evolución son enseñadas como auténticas en las escuelas y se difunden como ciertas aunque haya cada vez más científicos y estudiosos que las cuestionen. ¿Por qué? Porque viven conforme a la especulación. No hay lugar en ellos para la fe en la revelación de Dios y en la realidad de que Él creó todas las cosas por el poder de su palabra. Salmos proclama: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca” (Sal 33:6). De hecho, quienes defienden sus teorías humanas y desprecian la verdad de la creación, demuestran una confianza ciega en algo que jamás podrán demostrar. Pero los que viven conforme a la revelación, tienen la sustancia y la evidencia de su fe.

 

Así que, vivir por la especulación es el reflejo de la incredulidad. Y esto no sólo respecto a las falsas ideas en cuanto al origen del universo. Especular con nuestra realidad presente y con nuestro futuro, es también incredulidad. Porque demuestra nuestra carencia de fe, confianza y dependencia en el Señor, el Conductor de la Historia. Hacer planes y trazar proyectos sin tener presente a Dios es especulación; es incredulidad. Idear soluciones y diagramar metas acudiendo a los contactos del mundo antes que buscar a Dios es especulación; es incredulidad. Dejarnos llevar y someternos a los pronósticos terrenales antes que esperar en Dios es especulación; es incredulidad. Perseguir lo material y esforzarnos en obtener una alta posición terrenal ignorando lo eterno y el poder del Señor es especulación; es incredulidad. Y la incredulidad es el peor enemigo de la fe.

 

El hombre de fe vive conforme a la palabra de Dios con la que Él creó el universo. Confía plenamente y sin dudar en lo que le dice su Señor y espera en Él. No por ignorancia. No por ingenuidad. No por debilidad. Sino por fe. Por la certeza de lo que espera y la convicción de lo que no se ve. Y esta fe no es un concepto meramente teórico ni la expresión de mantener una mente positiva. La fe tiene un carácter, un origen y un destinatario bien definidos. La fe es nuestra sustancia, nuestra garantía, nuestro depósito y nuestra real evidencia. La fe viene de oír la palabra de Dios. La fe es válida cuando el destinatario de nuestra fe es el Señor.

 

Por lo tanto, no demos lugar en nosotros a ninguna partícula de incredulidad. Miremos a nuestro Señor que ha creado todo lo que existe y que conduce la Historia conforme a su buena voluntad. Habiendo sido salvados por la fe en Jesús, vivamos también por la fe cada día, dando buen testimonio y orando en todo tiempo. En victoria. Con seguridad. Con firmeza. Y, asimismo, avancemos en esperanza hacia nuestra herencia eterna a donde llegaremos si vivimos por la fe en Jesucristo. Si perseveramos, la sustancia y evidencia de nuestra fe, muy pronto obtendrán su recompensa.

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Mensaje dominical - LA ASCENSIÓN
Hechos 1:9-14
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Mensaje dominical – LA ASCENSIÓN
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“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” 🤗❤️🤗
Mateo 28: 19-20
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Mensaje dominical - "HASTA LO ÚLTIMO DE LA TIERRA"
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1 Samuel 10:6NVI
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